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DISPARA POR SI ACASO

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Luis Casimiro, entrenador de baloncesto, declaró hace años en una entrevista a un medio económico que lo más importante en su trabajo no era tanto ganar partidos como saber controlar los egos. En esa época Twitter e Instagram no habían aterrizado en nuestras vidas y Facebook se utilizaba poco más que para encontrar a esos amigos a los que de repente quisimos volver a ver con una pantalla de por medio.

Hoy, Casimiro se habría vuelto loco. Porque vivimos en tiempos de egos por encima de nuestras posibilidades, con vidas fotografiadas al minuto (algunas al segundo) que parecen querer gritar: “Oye, que no te estoy mintiendo cuando digo lo que estoy haciendo. Ahí va una foto que lo demuestra”. Como si al mundo le importara, como si fuera a explotar de lo contrario.

Ego desmedido, ego supremo, el meta ego.

Ahí tienen a dos hermanas. Elsa y Ana, Ana y Elsa, hermanas de la película Frozen a las que no les ha bastado el taquillazo en los cines. Con lo intensa que era su vida entre castillos nevados, amores, desamores y canciones, y han tenido que inmortalizar uno de los cientos de momentos de su vida cotidiana en una terraza que podría ser cualquiera de las del madrileño parque de El Retiro. Una de ésas en las que puede que tarden años en atenderte, donde la simpatía no está en la lista de prioridades pero en la que el precio desorbitado ocupa una de las primeras posiciones.

Elsa y Ana. Ana y Elsa. Sin trajes de princesa, sin bordados barrocos, ni piernas kilométricas ni tiaras. Camisetas que uno intuye que no habrán superado los diez euros de precio. Puede que estén tomando lo que cualquiera que nosotros: una botella de agua, cualquier refresco… y ese momento tan banal necesitan inmortalizarlo. No las culpe. Son tan idiotas como cualquiera de nosotros.

Hemos pasado de vivir a fotografiar, tuitear, instagramear… los conciertos no se escuchan, se retransmiten. No vaya a ser que algunos de nuestros miles de amigos (ejem) no se enteren de lo que estamos haciendo. Pedro Sánchez, esbelto líder del PSOE, se toma un café con un amable ciudadano y necesita que inmortalicen el momento, como si el sufrido votante no tuviera suficiente con el mitin entre sorbo y sorbo. En una de las imágenes más reproducidas de Pablo Iglesias aparece por sorpresa, coleta al viento, detrás de un árbol y curiosamente hay una cámara que lo retrata. Albert Rivera, líder de Ciudadanos, bautizó su estreno en política con un desnudo. Y no, no fue precisamente un robado.

Elsa y Ana selfie

Hasta unas vulgares princesas de cuento han sucumbido al selfie. Al autorretrato. Al egorretrato. Este verano, durante unas vacaciones en Disneyland París, la imagen que más he visto fotografiar no era la de niños abrazando a mileuristas vestidos de peluche, sino a la de adultos como usted y como yo con las orejas de Mickey y Minnie. Orejas que junto con el dólar simbolizan el más puro capitalismo. He visto señoras con burka y con sus correspondientes orejas haciéndose fotos. Occidente y el Pleistoceno en una imagen.

Mañana saldremos a la calle y comprobaremos que llevamos el móvil encima. La cocaína de nuestro tiempo. Ante cualquier cosa que nos sorprenda, enoje o nos haga gracia acudiremos a contarla; primero en Facebook, luego en Twitter, y si la imagen merece la pena, a Instagram.

Con códigos absurdos para que lo sepan tanto en Cuenca como en Singapur. El mundo debe saber lo que nos pasa, lo que hemos hecho. Y luego, para no quedarnos cortos, llamaremos a alguien para contárselo. Tanta foto, tanto mensaje nos reduce la vida, aunque pensemos convencidos todo lo contrario. Y lo peor es que se contagia. Observen a cualquier mastuerzo en plena edad del pavo. La que escribe estas líneas se ha topado de bruces con escenas dantescas como ‘adolescentas’ poniendo morritos y posando ante sus móviles en las escaleras de un anodino centro comercial. Aspirantes a egobloggers de palo, soñando con algo de fama.

Adolescentes, señoras con burka y orejas de ratón, urbanitas estresados y princesas Disney.

En el fondo, quién no ha sucumbido a la tentación del selfie, solos o en compañía de otros.

Si el pobre Freud levantara la cabeza, acabaría de cabeza en la López-Ibor. A ver quién explica de forma científica y sensata este continuo exhibicionismo.

¿Les he dicho que mi perfil bueno es el derecho? Tengo fotos para demostrarlo.

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Ángeles Caballero (@macabellaroma


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