Nadar solo es una bendición. Odio tener que compartir calle con alguien que no nada a mi ritmo y que manotea salpicando en exceso. Siempre he dicho que cuando sea millonario me construiré una de esas piscinas con un único carril para mi exclusivo uso y disfrute. Pero mientras ese día llega, aquí sigo viniendo a nadar. A veces hasta me llevo algo para leer mientras espero a que alguna calle se vacíe y calmar al misántropo que habita en mí.
Haciendo tiempo en una de esas esperas, leo en una revista americana que Beyoncé ha sacado a la venta su dieta (no, no suelo leer precisamente a Nietzche en estos momentos). Se trata de un plan de nutrición que ha elaborado junto a un personal trainer. 22 días comiendo productos orgánicos/veganos/sin gluten/sin soja/sin gracia a los que hasta una hiena haría ascos. Incluso te envían los platos a casa si quieres. Leo algunos de los menús que sugieren, y me entran unas ganas terribles de cortarme las venas. Repollo, sésamo, brócoli con pasta y tofu con cosas que no sé ni siquiera traducir. Espero que Beyoncé no sepa dónde vivo.
He vuelto a ver The Wire. Concretamente la tercera temporada. Es probablemente lo más grandioso que he visto en televisión nunca. Mientras nado, dedico diez sólidos minutos a imaginarme seriamente cómo dirigiría yo un imperio de la droga.
También estoy viendo una serie llamada Manhattan Love Story. Así soy yo. Paso de traficantes y criminales de Baltimore a la azarosa vida sentimental de unas pijas que van a pilates en el Upper East Side sin apenas inmutarme. Si me preguntan por la calle, negaré haber visto ni un mísero capítulo de la serie. Pero por lo visto la van a cancelar y esto me ha dolido enormemente. Dice Woody Allen que un hipócrita es un tipo que escribe un libro sobre el ateísmo y luego reza para que se venda. Yo soy así con Manhattan Love Story: la critico cruelmente mientras la veo y luego rezo para que hagan más temporadas.
Tras estar toda la semana dando la barrila con el supuesto cambio radical de Uma Thurman, al final resulta que la pobre chica solo se había maquillado con la escopeta de maquillaje de Homer Simpson. También leo en The New York Times la historia de Justine Sacco, una mujer que con apenas 100 seguidores escribió un tuit muy desafortunado, una broma con tintes racistas, que acabó levantando una ola de indignación que dio la vuelta al mundo. Un año después, Justine sostiene que ese tuit le ha costado su puesto de trabajo, sus amigos y el repudio de su familia de Sudáfrica. Dice que ni siquiera los chicos quieren quedar con ella porque al googlear su nombre aparecen miles de páginas insultándola.
Está visto que en esta era de internet los errores no se perdonan.
Me imagino qué diría a mi mujer (a la mujer que no tengo, por eso me lo imagino) si un día me dijera de repente que se quiere someter una operación de cirugía estética. Algo agresivo como un cambio de nariz, un aumento de pecho o inyectarse botox en la cara. ¿Tendría voz y voto? ¿Podría detenerla con mi dialéctica? Creo que no. Cuando alguien ha tomado esa decisión, es que lo tiene muy claro. ¿Y me operaría yo? Creo que jamás haría tal cosa, pero nunca digas de esta agua no beberé. Una vez leí que George Clooney se operó los párpados y las bolsas bajo los ojos. Nunca se sabe.
Hablando de no beber agua, acabo de tragar accidentalmente bastante cloro en el último largo. Miro el reloj. Ya he tenido suficiente por hoy. Salgo de la piscina y me paro frente al reflejo de la ventana. Concretamente me miro los párpados. Y las bolsas bajo los ojos. Estás estupendo, me digo. Chúpate esa, George.
Holden Caulfield (@guardian_el)